Las imágenes utilizadas pertenecen al libro R.W. Rodolfo Walsh en historietas, de Gonzalo Penas y CJ Camba.
Enroque
A algunos misterios los circunda la muerte. Quienes han nacido con la capacidad de develarlos se pasan la vida preguntándose: ¿Esa posibilidad de ver lo que otros no pueden es un don o una maldición?
Cualquiera pensaría que la respuesta es obvia, todo lo que implique conocimiento es un don, una virtud. Sin embargo, la situación en Argentina va de mal en peor y el saber es sinónimo de subversión.
Pero mejor es relatar los hechos desde el inicio. Hace tres o cuatro meses me encontraba tomando un café con un amigo en un barcito de Buenos Aires. Aquel encuentro obedecía a una costumbre que manteníamos desde la adolescencia, y que no tenía nada de extraordinario. Era mañana, sin embargo, se pondría en marcha algo irreparable a partir de la siguiente frase de Alejandro Britez:
“En San Vicente hay una casa que habla”.
Me pareció, inicialmente, un juego en que debía ubicar la …. El resto del desayuno la pasamos en completo silencio.
Desde ese momento hasta la fecha no supe de él. Comparte como otros compatriotas, su condición de desaparecido. Palabra, esta última, que ha tomado un peso diabólico en estos tiempos.
Primero me invadió el dolor, que es lógico en una situación semejante; luego, detrás del sentimiento inicial, lo interrogante: ¿Quién vive en la casa que habla? Con el permiso de su familia me hice de los últimos manuscritos de Alejandro; entre ellos encontraría el nombre de Rodolfo Walsh.
Ahora que tengo estas hojas en mi poder, me hago la pregunta inicial: ¿Alejandro me cedió un don o una maldición? No me detengo demasiado en este pensamiento. Me dispongo a leer y recuerdo el inicio del Facundo, pero alterado:
“Sombra terrible de Alejandro, voy a evocarte para que, sacudiendo el ensangrentado polvo que cubre tu ausencia, te levantes a explicarnos la vida secreta y las convulsiones internas que desgarran las entrañas de un noble pueblo”
Sonrío al ver mi falta de inocencia al citar a un tirano de otra época.
DIARIOS
Últimamente ha ocupado mi mente el personaje de Rodolfo Walsh. Ser mitológico de una era convulsiva y escabrosa de nuestro país. Por ello, he decidido llevar adelante una investigación que aporte a su paradero ya que pasados dos años de su desaparición no se ha vuelto a encontrar el cuerpo. Mis investigaciones han comenzado por la reconstrucción, a falta de cuerpo, de su memoria. Todo lo aquí escrito ha sido en carácter de clandestino. Cuando camino al almacén por comida escucho pasos que no son los míos, he adquirido un particular miedo a las sirenas y no duermo más que algunas horas por la noche. Según pude hilvanar, Rodolfo Walsh fue el típico personaje de novela detectivesca inmerso en una sociedad donde el espionaje y las conspiraciones fueron tema de estado; donde las voces de los marginados no tenían eco; donde su misión fue la de llevar adelante la ardua tarea de denunciar el abuso de poder y la injusticia y la de defender las ideas del antimperialismo, con una pluma y de vez en cuando con un fusil. De este cautivante personaje me ha quedado la gran duda de si su autor fue como algunos dicen algunos: dos criollos irlandeses de nombre Dora Gill y Miguel Esteban Walsh; aunque sostengo firmemente que fue el imaginario del pueblo argentino el que le dio vida y lo llevó a recorrer todos los escalafones de la marginalidad y el compromiso social de la época argentina que más ayuda necesitó de este tipo de héroes.
Decido dividir en días estas anotaciones para llevar un control del trabajo realizado a fin de responder a una realidad en la que temo estar siendo perseguido por mis investigaciones y para que en alguna ocasión reanuden, desde el nudo conciliatorio de mi futura muerte, estas hojas. Mi realidad es la de un errabundo, soy lo que ellos me hicieron y no hay vuelta atrás.
28 de julio de 1979
Por raro que pueda parecer, Rodolfo Walsh se pensó a sí mismo como un personaje orientado al nacionalismo de derecha (con un leve acercamiento a la Alianza Libertadora Nacionalista, una agrupación, según palabras de Walsh, como “la mejor creación del nazismo en Argentina) y antiperonista, pero por decisión propia. Su misión en vida era la de convertirse en un escritor reconocido y ganar dinero para dejar de vivir al margen. Pero algo le ocurrió, algo que lo hizo salirse del renglón, ya que, a fines de 1956, en un café de La Plata donde se jugaba al ajedrez, se hablaba más de Keres y Nimzovitch que de Aramburu y Rojas, en una asfixiante noche de verano, frente a un vaso de cerveza, un hombre le dice: —Hay un fusilado que vive. Sostengo que, según comentarios de allegados de ese bar, fue la increíble trama que se dio el día de los bombardeos a Plaza de Mayo donde se intentó derrocar a Perón a la fuerza con bombas. Algunos amigos han dicho que esa noche oyó morir, a través de una persiana de su casa, a un soldado conscripto no al grito de “Viva la patria”, sino “No me dejen solo, hijos de puta”. Es ahí, como a raíz de esos lacónicos comentarios, donde Walsh decide escribir su propia historia, salirse de los márgenes y continuar por cuenta propia lo que él creía que sería su destino. Los próximos veinte años, Walsh, dedicaría su vida a denunciar las injusticias, el abuso de poder de parte del gobierno de turno y retratar su verdad. Verdad que solo le costó la vida. Entendió, además, desde ese momento, que la única manera de aportar a un cambio significativo sería mediante la militancia política: en este sentido, Walsh ha sido todo un idealista, ya que ha llevado sus intereses en su mochila, alineándose, por momentos, al peronismo y aportando a una revolución que propuso un cambio ante la lucha con EE. UU.
Me parece oportuno hacer un paréntesis aquí, ya que contextualizar los hechos de la época deberían aportar un poco más a su construcción histórica: El peronismo fue, sin duda alguna, el acontecimiento que mayor identidad le ha dado al pueblo argentino desde la creación de la República. Allí es puesto Walsh, bajo un contexto de constantes dictaduras militares y fraudes electorales que desataron la violencia y el odio entre semejantes. Desde el golpe de estado de 1955, denominado Revolución Libertadora, el peronismo fue mala palabra: fue proscripto, prohibido por ley, no se podía mencionar ni a Evita ni a Perón, la Constitución de 1949 había sido anulada y los presos políticos aumentaban con las horas. Los generales Juan José Valle (fusilado posteriormente a la sublevación) y Raúl Tanco (recientemente fallecido) comenzaron a conspirar diseñando un movimiento que exigía el cese a la persecución contra el peronismo.
30 de julio de 1979
La primera aventura detectivesca de Walsh comenzó como lo expuesto anteriormente: bajo el fuego aliado que reprime las ideas de la democracia, en una fatídica noche de 9 de junio, el gobierno de Aramburu, a sabiendas de una posible sedición, decide adelantarse a los insurrectos, que buscaban el llamado inmediato a elecciones y la garantía de una libertad de prensa, así como la libertad de los presos políticos y el reintegro de los derechos sindicales, bajo las órdenes del general Valle y el general Tanco, y detenerlos en un operativo sorpresa en una casa ubicada en Hipólito Yrigoyen al 4519, Florida. Allí, los sublevados esperaban la señal, que debía ser la proclama revolucionaria dispuesta a ser transmitida a las 23 horas de ese sábado 9 de junio (hora en la que comenzaba la tradicional noche de boxeo en el Luna Park). A las 22.30 irrumpió en aquella casa un tropel de policías con armas largas y cortas al grito de ¿Dónde está Tanco? y detuvieron a doce personas. Rodolfo Walsh decide, tras aquel breve comentario, tomar el rumbo de la verdad y buscar a aquel fusilado que vive, para sorprenderse ante la revelación de que no era solo uno, sino siete; para denunciar que los decretos 10.362/56 (decretaba la Ley Marcial), 10.363 (establecía la pena de muerte) y 10.364 (darían los nombres de los que serían fusilados), fueron ampliamente violados por quienes los firmaron. A través de la reconstrucción de los hechos, con ayuda de los muertos que hablaron, llegó a la conclusión de que las detenciones que ocurrieron el 9 de junio entre las 22.30 y las 24 NO violaron la Ley Marcial decretada a las 0.32hs (publicados posteriormente en el Boletín Oficial); los fusilamientos, entonces, debieron aplicarse con retroactividad, violando el principio legal de la irretroactividad de la ley penal, haciendo que aquellas muertes dadas entre las 2 y las 4 de la mañana en un basural de José León Suárez, por las fuerzas de seguridad, a cinco de los doce individuos arrestados (ya que siete lograron escapar), fueran totalmente ilegales. Según mis conclusiones, Walsh ganó, así, una pulseada, pero la justicia amparada bajo los secretos de estado le dieron también una lección: dentro del sistema no hay justicia.
3 de agosto de 1979
“Somos objetivos pero no imparciales, porque no se puede
permanecer imparcial entre el Bien y el Mal” (Ernesto “Che” Guevara)
Su segunda aventura, en la que no falla a su estilo prístino, Rodolfo Walsh se vuelve un espía internacional: viajó a Cuba formando parte de una élite de periodistas que buscaban incomodar a los monopolios informativos y a desentrañar las verdades sobre la lucha contra el enemigo más grande que pudo existir, a través de Prensa Latina (PRELA); y en la que llega a hacer visible su elección combativa en este nuevo mundo que nació en aquella isla del Caribe gracias a los dioses modernos que fueron Ernesto Che Guevara, Fidel Castro y Camilo Cienfuegos, para millones de jóvenes. Allí mostró su cara militante a favor de las ideas y su forma de llevar a cabo los objetivos de relatar una verdad y combatió con su máquina de escribir contra las contradicciones andantes que encausaban al mundo bajo el liderazgo estadounidense en la Guerra Fría. Entrevistó brevemente a Ernest Hemingway, quién dio su apoyo al régimen gritando entre empujones en el aeropuerto de La Habana: Nosotros, los cubanos, venceremos. I’m not a yankee, you know.
Armado con un manual básico de criptografía, Walsh, desentrañó una conspiración yanqui en la que entrenaban cubanos en Guatemala para invadir Cuba por Playa Girón, lo que históricamente se denominó: Invasión de la Bahía de Cochinos. Gabriel García Márquez, compañero de Walsh en Prensa Latina, dijo al respecto: Lo consiguió al cabo de muchas horas insomnes, sin haberlo hecho nunca y sin ningún entrenamiento en la materia, y lo que encontró dentro no sólo fue una noticia sensacional para un periodista militante, sino una información providencial para el gobierno revolucionario de Cuba. El cable estaba dirigido a Washington por el jefe de la CIA en Guatemala. Pero no todo lo que brilla es oro. En 1961 Fidel Castro declaró a Cuba socialista. Esto hizo que -aquel alineamiento a la superpotencia soviética- creara diferencias entre los líderes más importantes de la revolución ya que Guevara cuestionaba aquel comunismo. Esa tensión, y la separación de Jorge Masetti, fundador y primer director de Prensa Latina, por su estrecha vinculación al Che, hizo que Walsh se desvinculara de PRELA y vuelva a Buenos Aires. Lo cierto es que Walsh priorizó su apoyo a la línea general de la Revolución, silenciando cualquier crítica o desacuerdo con ella hasta 1969 donde escribió el prólogo de la edición póstuma de Los que luchan y los que lloran de, su amigo, compañero, guerrillero y periodista, Jorge Masetti.
Mis dificultades en el campo hacen notoria la falta de datos precisos en los escritos, pero Walsh retomó su labor como periodista y escritor, al volver de Cuba, confinado en la isla de Tigre, y reafirmó sus convicciones de luchar o morir por la revolución verdadera.
7 de agosto de 1979
Rodolfo Walsh pasó un tiempo recluido en la isla de Tigre escribiendo ficciones y esperando una nueva misión. Confinado a la conmoción por la desaparición y presunta muerte de Masetti en abril de 1964 en la selva salteña. Pasó sus días leyendo y pescando, disfrutando la vida tranquila junto a su nueva pareja, Poupée Blanchard, y pensando en la acción próxima sin dejar de ejercer su profesión latente. Tras el advenimiento de la dictadura de Juan Carlos Onganía, bajo una represión nunca antes vista, y tras declararse un hombre de izquierda en su texto Rodolfo Walsh por Rodól Fowólsh: “Soy lento, he tardado quince años en pasar del mero nacionalismo a la izquierda”, finalmente su tan esperada misión llegó: llevar adelante la conducción de una central obrera independiente, combativa y no burocrática: la CGTA (Confederación General del Trabajo de los Argentinos).
He tardado más de un año en reunir esta información, ya que todos sus papeles fueron robados por las fuerzas de seguridad de su casa de San Vicente (de la que hablaré más adelante y de la que, confieso, me he obsesionado a tal punto que ya no dudo de que sea lo adecuado acercarme a ese lugar).
En 1968 viajó a Madrid hacia la meca de la política revolucionaria Argentina: Puerta de Hierro, y conoció a Juan Domingo Perón. Esto hizo que la militancia gremial de Walsh se acelerara y lleve adelante la dirección del semanario CGT, desde 1968, del cual se publicaron 49 números de manera regular, continuando clandestinamente hasta 1970. En este semanario Walsh lleva adelante la investigación del asesinato del dirigente sindical Rosendo García en la confitería La Real de Avellaneda. En esta investigación, y gracias a las fuentes testimoniales y la ubicación de los presentes en las mesas en el momento del hecho (como su famoso Cuento para tahúres), logró resolver el crimen. Quién fue el segundo de Augusto Timoteo “Lobo” Vandor, fue asesinado por el mismo Lobo por la espalda. Todo esto no fue más que una pantalla de la problemática interna que sufrían los grupos sindicales afines al peronismo: la lucha de poder y la corrupción. Poco tiempo después de estos hechos, en abril de 1969, la historia política argentina tomó otro rumbo a causa de la insurrección popular del Cordobazo, y la convulsión política se vería con la decisión del propio Perón de reunificar la CGT, dejando de lado al peronismo de izquierda, al combativo, y plantando en claro su postura haciendo que muchos gremios se desvincularan y esta perdiera poder. Walsh decidió escribir entonces en su diario (del que poco se conoce): “Nosotros, le decíamos traidores a ellos, los Vandor, los Remorino. Pero los traidores éramos nosotros porque Perón siempre los apoyó a ellos”. Tras el asesinato de Vandor en 1969 por un grupo guerrillero, Walsh tuvo que volver a la clandestinidad. El contexto político mundial se debatía entre socialismo o capitalismo, y así se acercó al Peronismo de Base (PB) junto con su hija Viki y su compañera Lilia Ferreyra. La creciente idea de una patria socialista en Argentina llevó a la creación de grupos guerrilleros como el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) y su brazo armado, el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), las Fuerzas Armadas de Liberación (FAL) y las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), completando así un cuadro complejo en la política argentina. El posterior secuestro y asesinato de Aramburu por parte de Montoneros, llevó la realidad a una sola solución: el cambio a punta de fusil. Walsh tuvo siempre una relación compleja con el peronismo, pero sus ideales seguían en la mochila que cargó hasta el último día: para él los ideales políticos iban más allá de cualquier partido, y lo retrató en una entrevista en Primera Plana: “Si se admite que la antinomia básica del régimen, antiperonismo-peronismo, traduce la contradicción principal del sistema, opresores-oprimidos, yo no me voy a anotar en el bando de los opresores ni de los neutrales”.
10 de agosto de 1979
Cuando corría el año 1972 el dictador Alejandro Agustín Lanusse volvió a proscribir el peronismo, esto dificultó el ansiado retorno de Perón a la Argentina. Debido a la resistencia del gobierno de turno a un cambio social, y la previa incorporación de su hija Viki, Walsh decidió unirse a Montoneros, la agrupación guerrillera más fuerte del país. Ese mismo año, en la primavera, Lanusse acordó con Perón la entrega del cuerpo de Evita (tema que dicen, preocupó tanto a Walsh al punto de la obsesión); y debido al repliegue de la dictadura -como parte del nuevo proceso que devolvería al peronismo al poder en 1973- Perón pudo pisar suelo nacional. Walsh retomó en Montoneros el trabajo hecho en Cuba: creó el Departamento de Informaciones e Inteligencia. Gracias a este departamento se pudo determinar la cantidad de muertos, heridos y sus nombres en la Masacre de Ezeiza de hace tan solo seis años, cuando Perón retornó de manera definitiva al país. Walsh quiso a través de escuchas de las transmisiones de las fuerzas de seguridad determinar que, en aquel enfrentamiento entre la izquierda y la derecha peronista, la derecha sindical y la policía fraguaron y premeditaron el asunto dado origen a aquella masacre.
17 de agosto de 1979
Llevo ya una semana sin anotaciones. Me encuentro recluido en Alejandro Korn. He llegado a la determinación de conocer la casa donde se hospedó su último año Rodolfo Walsh. Además, he oído decir que escribió un último cuento que jamás se conoció el manuscrito. L. me ha dicho que ese cuento, junto con otros papeles, y copias de su última carta, estaban en el portafolios que cargaba el día de…
Retomo desde aquí para no seguir cavilando entre sombras los ecos de un mundo que desconoce lo que sucede en el corazón de los hombres hoy en día, y que no subyace ya un solo ápice de libertad.
Ese mismo año, se da la vuelta a la presidencia de Juan Domingo Perón y se crea el diario Noticias, donde Walsh llevaba adelante los titulares y la sección policial. Todo esto sucede en un contexto político en el que el PRT-ERP y Montoneros (actuales grupos de resistencia de este infausto gobierno) no se daban tregua en una lucha armada y violenta debido a la decisión del gobierno de apoyar a la derecha ortodoxa y sindical. Pero, hay un ser malvado en esta larga novela que fue el peronismo, que en aquella época socava a los mismos militares apoyados por las potencias mundiales, alguien bien cercano a Perón que se encontraba en el seno mismo del poder gubernamental. Un hombre intrincado y malicioso de nombre José López Rega. Actuó de secretario privado del presidente, y con su aval creó la Trilpe A (Alianza Anticomunista Argentina), una organización paramilitar de derecha que tenía el objetivo de suprimir las guerrillas y devolverle tranquilidad al gobierno. La creciente violencia ocurrió bajo una lluvia de incertidumbre política que terminó de sellarse el 1 de julio de 1974, cuando el presidente Perón murió de un aparente paro cardíaco en la Quinta de Olivos. Tras ese hecho, con Estela Martínez de Perón en la presidencia, se desató una violencia orquestada por este “Brujo” y su Triple A, matando a cientos de guerrilleros. De esta forma la agrupación Montoneros pasó a la clandestinidad y nuevamente Rodolfo Walsh debe tomar el mismo camino. Siempre ejerciendo el periodismo que lo apasionó, insistía en la necesidad de un cambio, de replegar las fuerzas y desmilitarizar la política. Llevó su vida con su compañera Lilia a San Vicente, cerca del río. Desde allí vivió el advenimiento de la época más oscura de Argentina: este golpe de estado ocurrido ya hace tres años, a cargo del teniente Jorge Rafael Videla, y que nada cambió, desde la proscripta idea de expresarse libremente hasta el hambre y el terror irreparable de la población a base de secuestros y matanzas indiscriminadas.
25 de agosto de 1979
A veces me cuestiono la cantidad de palabras escritas por día. No hay un estimado a concretar. Creo que el informe está quedando completo. He evitado muchos datos incomprensibles y hasta de poco fiar en su verosimilitud. Resultaría recalcitrante en mí volcar esa información a mis hojas. Pero sigue latente aquel comentario de L. sobre el último cuento de Walsh, “Juan se iba por el río”, ya que tanto su cuerpo, como este cuento continúan desaparecidos. No contengo ya fuerzas para escribir, creo que trabajaré en mi informe durante unos días. Temo estar siendo perseguido. Mi mente me juega una mala pasada, temo a las sombras. Cambié mi identidad a Carlos Arregui.
Un mes después del golpe de estado, con una máquina de escribir y un mimeógrafo artesanal, Walsh creó la Agencia Clandestina de Noticias (ANCLA) con el objetivo de romper la barrera de censura impuesta por el nuevo gobierno. En ese prólogo daría la clave a la última y más sangrienta historia que protagonizaría aquel detective popular.
5 de septiembre de 1979
Continúo leyendo la información recabada. Se me hacen confusos algunos párrafos, he tenido que dar nuevamente con algunas fuentes y hasta he tenido que sorprenderme ante la noticia de que algunas de esas fuentes ya no existen, que habían pasado al anonimato o a la clandestinidad, amén de la desaparición física que sigue dando este gobierno a muchos de nosotros. Existe una arbitrariedad nada ajena que denunció Walsh en su Carta abierta a la junta militar. Hoy se sigue viviendo de la misma manera en la que todo ocurrió aquel 25 de marzo de 1977, hace apenas dos años.
Pude hablar con el chofer de un colectivo que cruzaba en ese momento la intersección entre las avenidas San Juan y Entre Ríos. Dijo, al igual que algunos de los pasajeros, que eran alrededor de quince individuos armados con todo tipo de armas, que Walsh estaba solo y que disparó hasta que una ráfaga de ametralladoras lo alcanzó. Aquello, dijo, fue fulminante, su cuerpo cayó como un muñeco de trapo y con él su sombrero de paja y su maletín. Desde ese momento nada más se supo de él. Alguien dijo ver su cuerpo en la Escuela de Mecánica de la Armada. La carta jamás fue publicada por los diarios argentinos, pero millones de personas en el mundo supieron lo pasaba en nuestro país gracias a ella y a Lilia que hizo que llegara a manos de medios extranjeros. Han dicho que clandestinamente está circulando, necesito leerla. Necesito corroborar esos datos para poder finalizar el informe. Necesito acercarme a esa casa de San Vicente y buscar los papeles que contienen aquel último cuento. Necesito saber si Juan cruzó el río.
Un tal Walsh, una casa que habla y un cuento desaparecido
El calor de esa tarde era insoportable. El sol hacía que la tierra se hiciera sutil como la niebla, una niebla seca que descansaba agazapada como una fiera en los caminos y que, al menor paso de alguna bicicleta perezosa o algún auto, se levantaba furiosa para perseguirlos. Yo solo me propuse mirar ese camino y ese juego interminable que costeaba la vía durante todo el largo viaje.
El tren se detuvo en la única estación a la que ya estaba obligado visitar en esta vida. La verdad en algunas ocasiones necesita mostrarse y busca a cualquiera, no exige ni pretende alguna cualificación. Se empecina e insiste, aunque haya elegido a un cretino, a un cobarde ya viejo que esperó más de cuarenta años para seguirla y conocerla. Lento y refunfuñando también, el tren como una bestia que ya se pasó de siglo y que perteneció entero al diseño de otro país permitió bajar a los pasajeros cansados y arrebatados por el verano más fastidioso que se haya visto jamás.
San Vicente es una ciudad muy pequeña y bien conocida en el país por tener los restos del presidente Perón en una quinta que fue suya y donde pasó algunos veranos descansando con su compañera Eva. Pero yo visitaba San Vicente por otra casa, una casa humilde y pequeña que no se ofrecía en ningún mapa turístico, ni tampoco ha sido jamás declarada como lugar histórico por el estado nacional, ni por la provincia, ni tampoco señalizada por una humilde ordenanza municipal con un cartel oxidado. Me dirigía en esta tarde de sol que enceguece y sofoca a la casa que perteneció a un tal Rodolfo Walsh. Ese es el único motivo de que a mis ya setenta años de edad y en esta tarde sofocante de verano haya recorrido más de cincuenta kilómetros en tren: seguir los pasos que ha dejado en su diario mi amigo Alejandro Britez.
Allá por el año 1979 en un café de la avenida Independencia, muy cercano de nuestra facultad, En aquella última noche en que nos encontramos me dijiste preocupado algunas cosas, no les di importancia porque siempre fuiste un tipo raro al que lo absorbía por horas cualquier meditación. Pero esta vez era distinto, esta vez aquella preocupación te había desvanecido en el aire y nunca, ni tu familia ni tus amigos, supimos mas como encontrarte. Alejandro Britez, habías desaparecido como tantos otros...
—"Hay una casa que habla" - me dijiste como una frase suelta "Hay un cuento desaparecido"
Nada tenía sentido, pero después de haber leído tus investigaciones sobre ese tal Walsh ahora todo recobraba voz y nombre y tenía también un espacio en el tiempo. El pueblo todavía dormido de San Vicente y esta tarde calurosa de enero. Busqué con la corazonada que dan los rostros buenos alguna información sobre donde podría haber estado emplazada la casa de ese periodista llamado Walsh. Buscaba rostros viejos como el mío, ojos de otra época .
—Buen día paisano ¿Usted podría decirme si conoce la casa donde vivió Rodolfo Walsh?
Pregunté y pregunté a cuanto anciano se me cruzaba, (un viejo almacén me insinuó que podría tener suerte por la calle Triunvirato) caminé mucho hasta sentir que mis ropas estaban completamente mojadas de sudor. Nadie había conocido a ese tal Walsh, como si nunca hubiese existido y fuese solo una de las ocurrencias de Alejandro. Le dije mirando al cielo (en un habito de orate que iba adquiriendo a medida que envejecía y todos mis queridos ya estaban muertos):
—Ale querido, lo lamento, no pude encontrar esa casa que habla ni ese cuento desaparecido.
Caí agotado bajo un gran álamo que ocupaba toda una esquina, sentía ya hace algún tiempo que los vecinos me miraban de una manera poco amistosa, contario a lo que uno supone en estos pueblos alejados de la Capital. ¿Me estaría persiguiendo? Un hombre mayor junto a su esposa descansaba del calor de la tarde bajo una espesa parra. Afuera con mala caligrafía una chapa azul mostraba una dirección: Triunvirato 900. Como pude me puse de pie y amablemente los encaré con mi pregunta:
—¿Buenos días, podrán indicarme la casa donde vivió un tal Rodolfo Walsh? Me indicaron en el almacén que esta frente a la estación que tendría suerte por esta calle. Fue un periodista…-
El viejo solo se dignó a escupir en el piso, la señora a su lado con desgano me indicó que había un hombre que podría ayudarme. Vivía junto a la laguna "del ojo", yo podría encontrarlo fácilmente con el nombre de Juan, Juan Duda.
Retomé mi marcha esta vez hacia la laguna con un ánimo cada vez más por el piso y con los temores propios que trae la vejez. A pesar de que el sol golpeaba con sus rayos plenos del mediodía, la preocupación de verme entre las calles de un pueblo desconocido llegada la noche me asustaba más que una inminente muerte por insolación.
Al ir llegando a la laguna no pregunté más por Walsh sino por un tal Juan, Juan Duda. A diferencia del otro a este todos lo conocían y costeando el rio me fueron indicando como llegar hasta él. Un pequeño rio o un gran arroyo, no sé bien, alimentaba la laguna del ojo. En una cabaña siguiendo un largo trecho por la orilla vivía ese tal Juan.
Caminaba ya acalambrado de una pierna sin comprender todavía como conservaba aun las fuerzas para seguir haciéndolo. A lo lejos se veía que una barca pequeña se disponía a alejarse de la costa del río. Pese a que el sol estaba en lo más alto y enceguecía todo de tanta luz pude notar que en la barca había dos hombres, uno sentado y otro que reamaba lento intentando cruzar. "Seguramente ese era el tal Juan, el famoso Juan Duda que podría ayudarme y si no me apuraba después de tanto esfuerzo lo perdería".
—¡Juan! Grité débil la primera vez, furioso la segunda. - ¡Juan!
Los hombres parecieron escucharme, me esperaban. Caminé todo lo rápido que podía mientras que con mis manos insistía haciendo señas indicando de que me esperaran. Toda especie de cardo que crecía en las orillas se me clavaban entre las piernas y los abombados tábanos de vez en cuando se atrevían a mi cuello insolado o a mis brazos. Cuando ya tan solo unos pocos metros me separaban de la barca, agitado y sin presentarme volví con mi pregunta:
—Ando buscando a un tal Walsh…
Juan, (seguramente el hombre del bote que estaba parado sobre sus remos) me sonrió y le sonrió luego al viejo que llevaba en la otra punta del bote, nadie había sonreído a mi pregunta desde que bajé en este pueblo. Juan era un joven que se ocultaba tras el brillo del sol, sonreía ahora claro y estridente, en cambio el viejo que estaba sentado a un lado se ocultaba bajo un sombrero de paja. El viejo también riendo me dijo con una voz clara y pausada:
—¿Acaso no reconoces a un viejo amigo?
La sangre presionaba en mi cabeza y la luz del sol punzaba mis ojos como los cardos y los tábanos lo hacían con mi cuerpo. Murmuré un insulto inentendible con una lengua seca. Estaba confundido y sin aliento, me tapé el sol con mis dos manos juntas para poder ver algo más de esos hombres que solo parecían burlarse. Pude verlo claro. El hombre a que todos llamaban Juan tenía el rostro de mi amigo Alejandro, pero era joven y radiante como en nuestros días de juventud.
—¿Alejandro?
Como una forma de responderme, con el mismo rostro, la misma sonrisa de mi amigo desaparecido, ese joven barquero me hace a mí otra pregunta:
—¿En qué has venido a San Vicente?
— Vine en tren desde Cañuelas, fue un viaje agotador.
—En tren… que curioso ¿No sabés acaso que el tren de esta ciudad fue desactivado en el mes de diciembre de 1978 ? —Luego dirigiéndose a ese viejo que se divertía de la situación bajo un sombrero de paja. —Vamos Rodolfo, hagamos un lugar en la barca para subir a nuestro amigo, fue un largo viaje y ya necesitamos cruzar el río.