MICROCUENTO

LA BAILARINA DE DEGAS

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Ilustración de Dibujando al margen


Por: Matias Alvarez
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    Tal regresión pudo habérsele hecho carne durante sus primeros días como recolector, cuando sus hallazgos, a lo más agudos, eran sinónimo de alimento garantizado. En todo caso, si hubiera sido su despareja forma de caminar, resultado de una incrementación de várices, o el discurrir de las turbinas que conservan la maquinaria de residuos a una distancia propicia del suelo, o simplemente una masa de viento repentino lo que pudo revelar el carácter de lo que aventajaba la tierra contaminada, ya no haría diferencia porque una vez que el hombre volvía la vista hacia atrás se perdía para siempre en el limbo de su intelecto. Así fue que hundió las manos enguantadas en los costados del objeto y sin esfuerzo desenterró la plateada cabeza de un SOLARIS 72. La boca se le ensanchó en un cero gigante. ¡Todo es un sofisma!, exclamó y su grito coincidió con un sonoro desprendimiento a la lejanía. Un modelo de autómata que había sido retirado del mercado por pintar, uno de ellos, aquel magnífico Degas con un trozo de carbón. Reflexionó en cómo era posible que un producto como ese hubiera llegado al basurero, un producto con más de cincuenta años de inactividad pero ambicionado en su tiempo por estudiosos y coleccionistas. Fue a partir de él que se originó la revolución. No tardó en sujetarlo frente a su rostro, deteniéndose en la pátina descascarada y los ojos extintos; en el sello inigualable de Empresas Stanislav al ras del orificio auditivo. ¡Cuánta historia cabía en sus manos! Y pensó que tal vez estuviera mejor en un museo, pero al instante recapacitó sobre el germen de aquella libertad pasada: los museos, tal como pudo conocerlos, ya no existían. 

    Sorteó las colinas de chatarra y una vez que estuvo dentro de su cápsula/hogar apartó con un irreprochable salvajismo todos los papeles, destornilladores y frascos que cubrían la mesa. Apuntó una lámpara polvorienta hacia la cabeza y mientras más la observaba más hacía relucir su deseo de descubrir el origen de esa respuesta artística y anárquica a la vez. Era imposible que ese ejemplar fuera el verdadero prototipo de la discordia pero aun así era culpable e imaginaba esas manos al momento de su convulsión metálica y arterial, imaginaba las facciones del dueño al descubrir con asombro las capacidades dormidas de su esclavo. Y pensó amargamente como esos papeles llegaron a invertirse. Durante un tiempo fue vox populi: el carbón se partió entre sus dedos mediante la torpeza y el aturdimiento que trae la inexperiencia, pero eso no detuvo al SOLARIS 72 de reproducir milagrosamente en una pared cualquiera aquella bailarina de Degas. 

    El hombre renqueó hasta la pequeña cocina con los aires propios de un conquistador. La humedad de sus lágrimas barrió la mugre que reposaba bajo sus párpados. Se sintió bien porque renovaba ese vínculo con la emoción, y al menos en ese instante nadie pudo negársela.


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