Pintura: Adam and Eve in the earthly paradise, Johann Wenzel Peter
por Marco Denevi
Fue un amigo quien introdujo este maravilloso relato a mis días, el cual quedaró rondando en mi cabeza por días: me cautivó la maravillosidad de jugar con la historia, con el relato; de utilizar ese poder que solo ofrece la literatura de dar vuelta un libro, de vaciarlo y reescribirlo desde la imaginación. Y como bien lo indica el título, Genesis 2, refiere a una segunda tentativa de manipular la historia, aquella que el propio Denevi definió en Manuel de Historia como "El desquite del hombre contra la naturaleza". En días de pandemia, como lo es la realidad que nos atraviesa, el libro ha tomado un papel fundamental en el día a día de muchas personas, personas que no podían, no querían o simplemente desconocían el placer de una cálida lectura. Este ha resultado ser el momento de combatir el ocio, el aburrimiento con el ejercicio de la lectura; donde la tecnología nos abruma y nos devora sin tregua, el libro ha resultado ser una luz al final del túnel. Pero fuera del halago (que lejos está de esconder un interés comercial) hago una simple apreciación para introducirlos a este maravilloso autor argentino que vivió la mejor época literaria de nuestro país: publicó Rosaura a las diez en 1955, Ceremonia secreta en 1960, Los asesinos de los días de fiesta en 1970, Manuel de Historia en 1986, Música de amor perdido en 1990 y Nuestra señora de la noche (su última novela) en 1998 (entre muchos otros libros), cubriendo todas las décadas desde su debut literario hasta su muerte:
GENESIS 2
Imaginad que un día estalla una guerra atómica. Los hombres y las ciudades desaparecen. Toda la tierra es como un vasto desierto calcinado. Pero imaginad también que en cierta región sobreviva un niño, hijo de un jerarca de la civilización recién extinguida. El niño se alimenta de raíces y duerme en una caverna. Durante mucho tiempo, aturdido por el horror de la catástrofe, solo sabe llorar y clamar por su padre. Después sus recuerdos se oscurecen, se disgregan, se vuelven arbitrarios y cambiantes como un sueño. Su terror se transforma en un vago miedo. A ratos recuerda, con indecible nostalgia, el mundo ordenado y abrigado donde su padre le sonreía o lo amonestaba, o ascendía (en una nave espacial) envuelto en fuego y en estrépito hasta perderse entre las nubes. Entonces, loco de soledad, cae de rodillas e improvisa una oración, un cántico de lamento. Entretanto la tierra reverdece: de nuevo brota la vegetación, las plantas se cubren de flores, los árboles se cargan de frutos. El niño, convertido en un muchacho, comienza a explorar la comarca. Un día ve un ave. Otro día ve un lobo. Otro día, inesperadamente, se halla frente a una joven de su edad que, lo mismo que él, ha sobrevivido a los estragos de la guerra nuclear. Se miran, se toman de la mano: ya están a salvo de la soledad. Balbucean sus respectivos idiomas, con cuyos restos forman un nuevo idioma. Se llaman, a sí mismos, Hombre y Mujer. Tienen hijos. Varios miles de años más tarde una religión se habrá propagado entre los descendientes de ese Hombre y de esa Mujer, con el padre del Hombre como Dios y el recuerdo de la civilización anterior a la guerra como un Paraíso perdido.
FIN