El último trabajo

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Por: Alejandro Torres
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Ilustración:  IA

 

    —Ya deberían estar viniendo, ¿no?

    —No tengo idea, ruso. Ya te dije hace 2 minutos.

    El ruso largó otro bufido. Hace menos de 10 minutos que estamos acá esperando. Pero era más o menos lo que sabíamos que tardarían.

    Instintivamente me toco el bolsillo derecho de la camisa. Sigue ahí. Se siente blando, un poco suave. No sé cuánto hace que espera él tampoco. Pero pasaron semanas. No es que no haya tenido tiempo, sino que no se presentó la oportunidad. A ver, tampoco es necesario que todo esté alineado, que todo sea ameno, sino que también la situación lo amerite. Aunque, pensándolo bien, hubo más de una situación que lo ameritó en las últimas semanas, pero qué se yo. Capaz no tenía ganas, capaz no me acordé en el momento. Hoy sí puedo pensar que hubo momentos para hacerlo, pero porque pienso con la cabeza fría. Con la cabeza fría somos más capaces de resolver de manera sensible cualquier situación. 

    Miro por el espejo retrovisor y veo al ruso moviendo la cabeza de acá para allá. ¿Qué le pasa?

    —¿Qué te pasa? le pregunto.

    El ruso me mira con los ojos grandes, le tiemblan los labios. Aprieta las manos, se aferra, pero no dice nada.

    —Que qué te pasa, te pregunté repito.

    —Nada, nada.

    —Algo te preocupa, no seas boludo, decime.

    —Están tardando mucho me dice con un tono de voz de miedo.

    Yo por mi parte estoy tranquilo, pensando si ahora es el momento. Cuando me doy cuenta estoy acariciando el bolsillo. No sé si hace semanas que pienso en esto, pero hoy, hoy creo que lo estoy pensando más que nunca. Meto mi mano en el bolsillo del pantalón, pero me interrumpe el ruso con una pregunta.

    —¿Vos… vos no estás nervioso?

    Saco la mano del bolsillo. Lo vuelvo a mirar por el retrovisor.

    —Sí, siempre me preocupo. Pero saben lo que hacen, así que tranquilo. Relajá.

    Me mira directo a los ojos, levanta los hombros y larga un chasquido con los labios. Si no se calma lo voy a tener que calmar yo. No ayuda así.

    Vuelvo a mi bolsillo ¿Será que podré disfrutarlo estando así como está? Quizás se me desarme cuando lo agarre. Enseguida se me viene un recuerdo, o un olor. ¿Podemos recordar los olores? Digo, cuando pensamos en un olor, ¿lo olemos? Se me hace muy posible que sí, porque yo sentí el olor. Era su olor. Y automáticamente se me viene toda su imagen, de repente la reconstruyo en un segundo: su nariz, sus lunares, su sonrisa, todo el cuerpo. Ahora me mira, con el brazo apoyado en el sillón, la cabeza de costado; el pelo que nace de arriba, pasa por detrás de la oreja y termina recostado también en el sillón. Las piernas cruzadas. Me mira. Se acerca. De repente puedo sentir el tacto. Cierro los ojos pero incluso así puedo verla. Debe ser de los recuerdos más poderosos, esos donde todo es más real que cualquier sueño.

    Me interrumpe un estruendo a lo lejos. De repente dos, tres. Se pudrió, pienso. Abro los ojos y los veo venir, corriendo con las bolsas en la mano. El ruso se acerca por entre los asientos y me apreta el hombro. Solo llego a escuchar que larga un: Te dije. Pero no le doy bola. Sigo con la mano en mi bolsillo, sin apretarlo.

    —Arrancá, dale boludo me grita. ¿Me estará esperando todavía? Me dijo que si hacía este trabajo no me volvería a ver. Hace semanas no hablamos. Me acuerdo que ese día fue que terminó en mi bolsillo, me lo dio ella. Es de los que le gustan. Siempre me da uno antes de cada trabajo, pero esta vez fue diferente. Me lo dio, pero la pelea vino después. Lo cierto es que este trabajo nos va a salvar, siempre que ella siga ahí cuando vuelva.

    El ruso sigue gritándome y empieza a samarrearme con violencia. Yo sigo ahí, pero más en el recuerdo, ese donde me toca con la mano la cara, donde me mira y me suspira con una sonrisa que me desarma. Cierro los ojos. No dejo de verla ni cerrando los ojos. El tiempo se frena, una brisa me toca la cara y ahí es donde me doy cuenta. Son las tres puertas que se cierran con fuerza.

    —¡Arrancá ya! escucho. Y automáticamente giro la llave y arranco. Salimos marcha atrás y pego un volantazo para enderezar el coche. A lo lejos se escuchan las sirenas, cada vez más cerca.


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