Hay un diálogo de la película que logra, para mí, resumir a la perfección el viaje de la misma: "te sorprendería lo que el cerebro humano puede hacer cuando no puede manejar la verdad". Bajo esta premisa, la directora Prano Bailey-Bond, compone en su opera prima una narrativa que homenajea al cine clásico de VHS, y más precisamente al los llamados video nasties (término utilizado para un listado de películas que fue prohibida por los censores del Reino Unido en la década de los 80).
Estas películas que eran consideradas de total desagrado para las autoridades sufrían la prohibición con la excusa de establecer lo "moralmente correcto" y de que podían alimentar las más profundas perversiones en la sociedad: desde ganas de violar o matar, hasta crímenes menores. Si bien estos pretextos eran completamente infundados, o fundados bajo una lógica estatal de no hacerse cargo de las consecuencias de las políticas aplicadas por el gobierno de Margaret Thatcher, tuvieron su nicho gracias a la distribución ilegal entre los más fanáticos o quienes buscaban algún metraje por mera curiosidad atendiendo a esa perversión que tiene el ser humano por lo prohibido.
Enid (Niamh Algar) es la protagonista. Una censora del British Board of Film Classification (BBFC) que busca siempre hacer su trabajo de manera correcta, al punto de la perfección. Lo que ella ignora es que el visionado de estas películas violentas, polémicas, la van afectando psicológicamente. Censor plantea una pregunta de entrada: ¿qué pasaría si alguien que se supone que tiene que proteger a la sociedad se convierte en una amenaza para la misma? Aunque mejor dicho, para ella misma. Porque Enid es víctima de un sistema imperfecto, pero sobre todo de un trauma lejano de la infancia, ya que al ver una nueva película cree que la historia está basada en la desaparición de su hermana, durante la infancia, y además está convencida de que el director de esta película sabe lo que sucedió. Enid comienza a acercarse al mundo que tanto intentó censurar y a partir de acá presenciamos cómo su psiquis comienza a desbordar confundiendo la realidad con la fantasía.
El tercer acto es quizás el más confuso, aunque asfixiante y por consecuencia inquietante (por momentos retorcido), donde Enid termina consumida por la pena y el miedo de nunca poder volver a encontrar a su hermana desaparecida traspasando los límites de la realidad, tocando fondo en el barro para dar paso a un desenlace perturbador, capaz de explicar que la mente humana puede transformar la realidad a la necesidad de cada uno cuando no somos capaces de enfrentar los traumas.
Una historia muy bien contada pero mejor ejecutada en lo visual. Censor juega con distintos estilos de filmación (super 8, VHS, y hasta una escena grabada con un IPhone), con una paleta de colores cálidos que se termina rompiendo con los rojos intensos y la iluminación de las pantallas de los televisores. El mayor mérito de la película es confiar en la premisa, en ser consciente de la construcción de la claustrofóbica atmósfera que la rodea y apoyarse en el miedo privado: el infierno personal puede resultar tentador, porque en definitiva, la realidad de las cosas termina siendo como las queremos recordar.
Una película inquietante y perturbadora. Una superadora opera prima para la directora que en su próximo proyecto podría traer a la gran pantalla “Las cosas que perdimos en el fuego”, de Mariana Enríquez.